El crecimiento de la población permitió a Moya adquirir en los comienzos de la modernidad la condición de pueblo y contar con párroco y alcalde. La ermita construida a fines del siglo XV bajo la advocación de la Candelaria, de reducido tamaño y materiales de piedra y barro con techo a dos aguas, una pequeña campana y planta de una nave, fue reemplazada en 1673 por una nueva iglesia que, aunque sometida a diversas reconstrucciones, permaneció en pie hasta su sustitución por el actual templo a mediados del siglo XX. Muy pronto, el 18 de abril de 1515, el obispo Vázquez de Arce la convirtió en parroquia, precediendo el párroco al alcalde y permitiendo el establecimiento de una escuela de primeras letras a cargo del sacristán hasta la fundación de la primera escuela pública de niños en 1806 con la dotación de tres suertes de tierra en la Montaña. El alcalde no fue nombrado h asta fines del siglo XVI, añadiéndose a su gestión en 1766 dos diputados del común, un síndico personero y un fiel de fechos, elegidos mediante compromisarios electos por los vecinos. La existencia de estos empleos no permitió a Moya, salvo los paréntesis constitucionales de 1813-14 y 1820-23, adquirir la condición de ayuntamiento hasta los años 1835-36 en que se definen sus facultades político-administrativas y económico-fiscales. La economía se basó en la agricultura, actividad a la que se dedican a fines del siglo XVIII unas 5.000 fanegadas (3.500 de regadío), incrementadas con las repartos y datas efectuadas en la Montaña durante el siglo XIX y que suscitaron una importante conflictividad con los pueblos circunvecinos de Teror, Arucas y Firgas. En la primera mitad del siglo XVI tuvieron importancia los cultivos del azúcar (ingenio de Salvago-Espínola) y de subsistencia; tras el declive del azúcar se intensificaron los cultivos de la vid, cereales y hortofrutícolas. El millo, introducido en el segundo tercio del siglo XVII, se convirtió en el cultivo predominante representando en el siglo XIX el 60% de la riqueza productiva. La ganadería se redujo a los animales de transporte, cría de ovejas y cabras para el consumo local y ganado mayor para las labores agrícolas. La Montaña de Doramas propició un desarrollo de la silvicultura y extracción de madera. A fines del XVIII se desarrollan ciertas actividades artesanales como la alfarería, cestería, manufactura textil y labores de ebanistería, a lo que se unen los molinos harineros levantados en los barrancos de Azuaje y Moya.
La sociedad de los siglos modernos se estructuró en tres
grupos: los grandes propietarios de origen foráneo, poseedores de la mayor
parte de las tierras y aguas del lugar, cuyo cuidado y gestión estuvo a cargo
de un reducido grupo de medianos propietarios locales, quienes ejercen no sólo
los diversos cargos de la administración local sino una posición preeminente
sobre el numeroso (90% del vecindario) y variado grupo popular integrado por
pequeños propietarios agrícolas y ganaderos, jornaleros, braceros y mozos de
labranza, artesanos y mujeres pobres obligadas a ejercer oficios de escasa remuneración
y consideración social para subsistir.
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